Paradoja cotidiana
Creo que la última vez que vi un árbol de tal magnitud tendría aproximadamente nueve años de edad. Tenía un tallo grueso, como si fuera una ballena enterrada desde la base de la cola de forma vertical, tal vez era la edad, pero también lo recuerdo enorme, tanto como un rasca cielo, frondoso como una porción de bosque. Siempre fue un placer prohibido contemplarlo desde tierra, pues mis abuelos nunca dejaron que escalara aquel Everest de madera y surcara sus ramas retorcidas y hermosas llenas de tantas hojas que ni las sacudidas de la más fuerte brisa dejaban en descubierto un parche de luz. Cada tarde buscaba un banquillo rojo, lo posaba cerca de una raíz con un borde tan plano que lo usaba como mesa en ocasiones. Ni aun después de la muerte de mis abuelos, y yo quedando como heredero de la casa que tantas veces llame hogar, he perdido la mañana de tomar un café bajo ese árbol. Mi esposa, luego de la mudanza, me acompaña en ocasiones cuando no esta tan ocupada trabajando. Trabaja en c