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Mostrando las entradas de mayo, 2015

Paradoja cotidiana

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Creo que la última vez que vi un árbol de tal magnitud tendría aproximadamente nueve años de edad. Tenía un tallo grueso, como si fuera una ballena enterrada desde la base de la cola de forma vertical, tal vez era la edad, pero también lo recuerdo enorme, tanto como un rasca cielo, frondoso como una porción de bosque. Siempre fue un placer prohibido contemplarlo desde tierra, pues mis abuelos nunca dejaron que escalara aquel Everest de madera y surcara sus ramas retorcidas y hermosas llenas de tantas hojas que ni las sacudidas de la más fuerte brisa dejaban en descubierto un parche de luz. Cada tarde buscaba un banquillo rojo, lo posaba cerca de una raíz con un borde tan plano que lo usaba como mesa en ocasiones. Ni aun después de la muerte de mis abuelos, y yo quedando como heredero de la casa que tantas veces llame hogar, he perdido la mañana de tomar un café bajo ese árbol. Mi esposa, luego de la mudanza, me acompaña en ocasiones cuando no esta tan ocupada trabajando. Trabaja en c

El país de la torre oxidada

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Desde la última habitación del Hôtel Des Mines en el último piso, mi entras miraba por la ventana colonial podía imaginarme dar otro paseo por el museo Luxembourg. Podía verme desde una perspectiva área y pacifica mientras recorría los jardines aledaños, me extasiaba y hacia suspirar aquellos olores a lavanda y brisa fresca con un toque de ciudad y contaminación debo decir. Siempre ese típico paseo me lograba memorar la típica analogía sobre las prostitutas, su olor a Chanel barato y cigarrillos. No lograba explicarme a mí mismo el porqué.  Cada año como es costumbre lograba reunir algún dinero y viajar por algunas partes de Europa y Asia. Pero por alguna extraña casualidad o no mis pasos terminaban siempre en un punto; Paris. Ciudad del amor, del arte y del misterio. Me gustaba tomar el metro, aparte por su económico desempeño, por el tour que me permitía realizar y que no dejaba de encantarme cada vez que me encontraba por esas hermosas calles. Miraba los árboles que se abra