Paradoja cotidiana

Creo que la última vez que vi un árbol de tal magnitud tendría aproximadamente nueve años de edad. Tenía un tallo grueso, como si fuera una ballena enterrada desde la base de la cola de forma vertical, tal vez era la edad, pero también lo recuerdo enorme, tanto como un rasca cielo, frondoso como una porción de bosque. Siempre fue un placer prohibido contemplarlo desde tierra, pues mis abuelos nunca dejaron que escalara aquel Everest de madera y surcara sus ramas retorcidas y hermosas llenas de tantas hojas que ni las sacudidas de la más fuerte brisa dejaban en descubierto un parche de luz.

Cada tarde buscaba un banquillo rojo, lo posaba cerca de una raíz con un borde tan plano que lo usaba como mesa en ocasiones. Ni aun después de la muerte de mis abuelos, y yo quedando como heredero de la casa que tantas veces llame hogar, he perdido la mañana de tomar un café bajo ese árbol. Mi esposa, luego de la mudanza, me acompaña en ocasiones cuando no esta tan ocupada trabajando. Trabaja en casa la pobre, es contadora y yo psicólogo en un pequeño consultorio en el centro; es algo modesto, pero confortable para dejar que los pacientes puedan abrirse con facilidad en la terapia. Así que al tener días libres pues el trabajo de psicólogo te consume por dentro aunque no lo notes, pues si flaqueas puedes absorber mucha tensión, estrés y recuerdos ajenos dolorosos que te carcomen la humanidad.

Si bien mi esposa comparte conmigo mucho tiempo, cuando trabaja me escurro a mi refugio de la infancia que me acobija como los padres que me amaron tanto como mis abuelos. Mi madre era profesora de preescolar y mi padre ingeniero, me aman y estoy feliz de que aun estén amándose entre ellos. Ella del color del chocolate era tan dulce como el objeto de comparación y mi padre tan recto y generoso como una regla de madera. Fueron mi inspiración.

Debajo de este árbol, luego de escaparme unos segundos de la vida y extrañando con un café y un cigarrillo a mi querida esposa pienso en mi aventuras en este patio. Como solía jugar al pirata, al agente secreto, a ser un súper héroe. Pero nunca descubrí cuales eras las magnificencias de las alturas de mi noble amigo robusto. Lo llame Charlie, pues parecía un Charlie, fin. Me gustaba abrazarlo e incluso narrarle historias del colegio, cuentos que susurraba mi madre, abuelos y contarle las hazañas de mi padre.

Al terminar mi café y respectivo cigarrillo. Medito la idea de subir hasta la copa para arrancar en gran medida aquella espina clavada tan hondo que jamás pude quitarme. Pensé `por un segundo que me gustaba imaginar que las raíces de Charlie eran tan extensas que llegaban al centro de la tierra y él era producto de los anales de la vida que poseía la tierra. Me asombraba al crear historias en mi imaginación de que algún día me convertiría en geólogo para poder excavar tan hondo y llegar a la raíz más kilométrica de Charlie y confirmar mis absurdas teorías. Aún sigo sonriendo cada vez que recuerdo esa historia.

Abducido por aquella imagen mental, coloco la pequeña taza de café sobre la raíz mesa, arranco mis zapatos y mis respectivas medias dentro. Todo ese ritual para tener mejor agarre pues Charlie de una madera algo lisa. Subir casi imposible, el tronco es algo interminable, mis brazos ya están llegado a sus fuerzas finales, pero puedo llegar hasta una de las primeras ramas de mi querido amigo. Logro incorporarme y tomo asiento para que el cansancio vaya saliendo de mí ser. No puedo creer que mientras veo hacia abajo me engañe mi pobre percepción mortal; siento que estoy casi a unos cien metros por lo menos, y mientras miraba o mejor dicho, trataba de mirar, veía un cielo estrellado ¿Pero cómo era posible esto si estaba en un árbol? Pues al fin me daba cuenta que la espesura era y no era tanta como lo imaginaba, pues había tantas ramas y hojas que no se podía ver más allá pero aun así algunos pequeños agujeritos en el follaje dejaban traspasar la luz.

Al recuperar las fuerzas, decido remangar mi suéter y dedicarme a, rama tras rama, escalar hacia la cima de aquella montaña de matorrales arbóreos. Mientras más subía más reconocía que la escalada parecía una pequeña escalera, y que la poca luz que se filtraba no llegaba a ningún lado, incluso a mí; no podía ver bien por la oscuridad solo me guiaba por el tacto. Decido acercarme a el borde de una rama para ver a que altura me encontraba pues no podía recordar cuanto tiempo ya llevaba escalando y no sentía ni una gota de cansancio. Abro parte del follaje con una mano mientras me sostengo con la otra a una rama amigable y quedo en una posición de bailarina algo graciosa debo decir.

Mis ojos no lo creían. Ni yo lo creía debo decir, pues era una alucinación tan vivida que tenso cada musculo en mi cuerpo y estremeció mi piel dejándola como la de un pollo. Me encontraba yo viendo como desposando a mi mujer en nuestra luna de miel. Me hallaba dentro del armario y podía ver a la perfección a través de las rendijas de madera. Nos encontrábamos en la posición de la flor de loto, besaba su cuello y acariciaba su cabello mientras hacíamos el amor. Aún recuerdo aquella noche; la ame aún más. Decidí apartarme para no interrumpirnos. Ya no podía ver el suelo cada vez que miraba hacia abajo.

Sigo subiendo y cada vez que veo mi reloj no han cambiado de posición las agujas. Decido abarcarme a un instante de mi vida el cual me sorprendería. Procedo a continuar una rama gruesa, apartar el follaje con mis dos manos pues no me veía en la necesidad de sujetarme. Para mi sorpresa me encontraba viendo el fondo de una alberca que visite muchas veces cuando niño y mi rostro estaba sumergido. Yo me encontraba nadando apaciblemente en el fondo viendo cuanto podía aguantar la respiración, pero por alguna extraña razón no salía. Pase a calculo, quince minutos bajo el agua y aún seguía en el fondo. Al retirarme del recuerdo noto que mi rostro esta húmedo y imprecando de olor a cloro.

<<Así que todo era real después de todo>> Analice por un momento.

<<A ver Raúl, piensa un poco>> <<Para esto no te prepara ni los libros>> Reí por aquella lógica tan directa.

Supuse que no podía interactuar con las escenas, ni involucrar nada de alguna forma, lo que veía era repetitivo como las imágenes de un estroboscopio. Es un cine vivencial se podría interpretar.

Acelero el paso hacia la sima y puedo notar que me siento cada vez más ligero y con energía, la emoción me vence por completo y noto como la adrenalina recorre cada rincón de mi cuerpo. Mi alma se estremece, mi corazón va dando vuelcos; no puedo esperar a llegar a la sima de aquel cielo brillante, de aquella galaxia que poco a poco se hacía más luminosa. Cada paso que doy, cada rama que surco, atravieso y escalo me lleva a un punto más claro, a un punto casi divino de un blanco intenso. No puedo esperar a ver el cielo, no puedo esperar a ver que recuerdo está ahí esperándome con tanta intensidad como si deseara ser visto.

Ahí estaba yo, con nueve años de nuevo por alguna razón, frente a mis abuelos y mis padres. Juntos sonriendo en la mesa el día de navidad, dos años antes de que fallecieran en aquel maldito accidente de tránsito. Abrumado, no puedo comprender muy bien la situación ¿No puedo intervenir cierto? ¿Acaso para volver debo escalar e árbol de nuevo? En ese momento no podía pensarlo bien. Solo quería decirle cuanto amaba a esas personas que tenía en frente.

- Los amo.- No pude argumentar otra palabra.

Como por inercia callaron su conversación y voltearon hacia la esquina donde me encontraba, pequeño e indefenso; confundió hasta la medula.

- Jajajaja ¿A qué se debe eso mi niño?- Respondió mi madre con aquella sonrisa dulce que ha tenido toda su vida.

- Cierto mi amor ¿Qué paso?- Menciono mi abuela.

- No lo sé, ma.- Trate de sonar lo más inocente posible.

- Bueno cariño, todos aquí en la mesa te amamos un montón a ti también.- Mi pare reía junto a mi abuelo, mi madre y abuela me acariciaban la cabeza. Espero que esta escena dure cien años más.

Termino la cena y pregunto si puedo jugar en el patio; mi madre hace una afirmación y salgo disparado directo a Charlie. Me despojo a tal velocidad las botas ortopédicas que sorprendería a los súper héroes que imaginaba ser de pequeño. Escalo de nuevo el tronco y rama tras rama subo directo a la copa donde según deduzco podre regresara mi tiempo. Sigo viendo el cielo estrellado, es extraño, no es de día. Escalo como si no hubiera un mañana con la agilidad de un lince, siento que las ramas de la cima que tanto me costó coger ahora están más a mi alcance, vuelvo a sentirme agotado y algo pesado. Pero no hay claridad, no hay luz, al contrario; todo es más oscuro ahora. Ya no podía ver nada en lo absoluto. Sentía que estaba atrapado en un abismo, en el espacio profundo, en un sueño de pesadilla. Solo podía tantear mi camino con sumo cuidado hasta que por fin mi cabeza siente esas hojas espesas y decido continuar el ascenso.

La brisa impacta mi rostro y mi cabello esta volando en el aire. Abro los ojos y para mi sorpresa me encuentro en lo más alto de aquel árbol subo mi brazo por encima de la maleza para poder observar la hora y efectivamente ni un mísero minuto había cambiado.

- Cariño… ¡CARIÑO!- Baja de ahí, es hora de comer, el almuerzo está listo.

- ¡Ya voy querida!- Sonrío con cierta complicidad mientras bajo y tomo a mi esposa en mis brazos y le doy un beso. Jamás me creería, pues tal vez tan solo fue un sueño vivido. Regreso a tomar lo que había dejado al pie del tronco, subo la mirada y noto que Charlie nunca fue tan alto, frondoso o grueso, solo había sido la edad y la imagen que recordé de mi niñez.

<<Gracias, amigo mío>> Solo pude guiñarle un ojo en señal de despedida y deseo de buenas vibras.

<<Eres un buen compañero>> Me despedí antes de tomar la mano de mi amada y dirigirnos a casa.


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