El increíble Bosko

     Es gracioso el día en que decidí maquillarme. Base blanca sobre el rostro, contorno de ojos rojos y labios engrosados de mejilla a mejilla con pintalabios carmesí. Me gustaba inflar globos, cantar canciones graciosas, contar chistes malos; hacer del tonto. ¿Qué les puedo decir? Me gustan las sonrisas a medio salir mientras las personas siguen su camino luego de ver mi acto. Amo las carcajadas y los aplausos frente a mí.

     Vestía camisones largos y coloridos, zapatos gigantes y peluquín verde. Me hacía llamar Bosko. Jugaba con los niños cuando familias acudían a verme.

     Es hilarante la verdad. Desde que decidí pintar una lagrima en mi mejilla y seguir actuando igual, nadie noto ese pequeño cambio. Simplemente era un simple detalle para los demás. ¡BOSKO EL MAGINIFICO PAYASO! ¡BOSKO EL COMEDIANTE PERFECTO! Reía cada vez que iba por la calle caminando en forma de pingüino, girando un paraguas al mejor estilo Chaplin. Amo ver a las personas felices, por eso decidí renunciar a sueldos grandes, a morirme detrás de un escritorio luchando por cada vez más dinero.

     Otro día más. Risas, risas, cantos, risas; amo mi trabajo la verdad. Llegar a tantos corazones aunque nadie me conozca realmente o se interese en lo más mínimo por mí.
Ya no es una lágrima, decidí apostar por lo excepcional ¡DOS! Nada, ni los más ávidos observadores que destacaban en mis actos de magia. Comprendí que era hora de rendirme con mi pequeña e insaciable subliminalidad.

     Vuelvo a llegar a mi hogar, ya has pasado dos años fuera de esta casa. Te uniste a otro circo, veo tus afiches por toda la ciudad y pueblos aledaños. Subo las escaleras a la recamara, introduzco la llave en la cerradura y abro la puerta. Ni siquiera me preocupo en volverme y cerrar. Me dirijo al baño y ya el maquillaje estaba algo arruinado. Las horas, el sudor; las lágrimas, lagrimas que esta vez no eran maquillaje.

     Abro el cajetín que está detrás del espejo del baño, ahí está mi maquillaje para llevar en casa; wiski escoses. Lo tomo con mi mano derecha; llevo puesto los mismos guantes rotos del trabajo. Están llenos de sangre. No presto atención.

     ¿Dónde está mi sofá? Cierto, abajo junto a la ventana que tuve que tapiar hace dos semanas por no poder comprar cristales nuevos. Bajo las escaleras, me descalzo los zapatos gigantes; un gran alivio. Bebo directo de la botella pues esta nueva. Otro trago, reviso mi camisón en busca de mis cigarrillos. Hoy será una feliz noche, por lo menos hoy aun me queda pintada una lágrima que no fue borrada por las otras.
       Me quito mi nariz roja, siempre me ha estorbado al fumar. Tres tragos. Siempre me ha parecido gracioso como alguien tan feliz en el día puede ser tan infeliz y triste por las noches.

     Son ya las seis de la mañana; van ya dos botellas de wiski en el piso y muchas colillas en el cenicero. Es hora de ir a trabajar de nuevo ¡ARRIBA GALLOS! Por Dios que digo, ya han despertado hace dos horas y media; eso lo sabía muy bien los escuche despertar mientras me consumía.

      Subo al váter, me enjabono el rostro, de nuevo base blanca para disimular las arrugas, contorno de ojos rojos para disimular los ojos hinchados de tanto llorar y pintura de labios carmesí para reflejar la sonrisa del día.

     Siempre me he sentido feliz al trabajar de payaso, me es gracioso pensar que todos creen que soy alguien siempre jovial solo por actuar así. Es gracioso el día que decidí maquillarme; me lo recomendó un terapeuta.- Así harás algo que siempre quisiste hacer, trabajaremos con tu depresión y así reduciremos los medicamentos.- Eso fue lo que dijo.


     Es gracioso, el día que me maquille, estuve más roto. 


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