En la tumba del cazador
Que no te sorprenda si esta noche no vengo a susurrarte al oído lo preciosa que te ves, ni lo hermoso que luce ese vestido de coctel negro que queda tan ceñido a tu cuerpo. Solo vengo por un objetivo, ese mismo por el cual he visto que rosas tus pantorrillas cada vez que te sonrió, ese mismo motivo por el cual sé que si en este preciso momento beso tu mejilla instintivamente acercaras tu boca, y no es porque te resulte atractivamente prometedor como consorte; quiere que despeje tu banalidad moral en cualquier situación y más aún si es ipso facto. No creas que no he visto esa mirada perdida hacia el pasillo cada vez que te diriges al baño en busca de algo o alguien. Por amor a todo lo corrompido y delicioso de este mundo, es una boda. ¿No puedes ser más romántica. O acaso es cierto ese dicho que pregona “Cuando hay boda come gratis hasta el perro y si no come aún habrá comida para rato”? De cualquier modo, no será en el baño o en el armario del conserje, aun menos en cualquier otra