El país de la torre oxidada



Desde la última habitación del Hôtel Des Mines en el último piso, mi entras miraba por la ventana colonial podía imaginarme dar otro paseo por el museo Luxembourg. Podía verme desde una perspectiva área y pacifica mientras recorría los jardines aledaños, me extasiaba y hacia suspirar aquellos olores a lavanda y brisa fresca con un toque de ciudad y contaminación debo decir. Siempre ese típico paseo me lograba memorar la típica analogía sobre las prostitutas, su olor a Chanel barato y cigarrillos. No lograba explicarme a mí mismo el porqué. 

Cada año como es costumbre lograba reunir algún dinero y viajar por algunas partes de Europa y Asia. Pero por alguna extraña casualidad o no mis pasos terminaban siempre en un punto; Paris. Ciudad del amor, del arte y del misterio. Me gustaba tomar el metro, aparte por su económico desempeño, por el tour que me permitía realizar y que no dejaba de encantarme cada vez que me encontraba por esas hermosas calles. Miraba los árboles que se abrazaban consecutivamente como unos buenos amigos del colegio posando para alguna foto. Me gustaba ver el pavimento, escuchar el tic tac de mis botas al presionar el paso, el sonido respectivo del transporte privado que por alguna razón no termino de acostumbrarme que vaya en sentido contrario. 

Decido pasar la tarde con unos buenos amigos que se encontraban en el café de la esquina, solo faltaban unos cuatro edificios para llegar al extremo de la manzana. Yo vestía un jean negro algo ceñido, botas de montaña grises, una camiseta blanca moderna y una chaqueta de cuero de los años 70. Al parecer al momento de escoger mi outfit me entro la revolución bohemia o tal vez quería lucir interesante. A estas alturas me encontraba tan avergonzado de mí que no sabía si entra de una vez al café de la esquina que por alguna razón mística ya se encontraba frente a mí. 

Era al estilo Hollywood. Rojo, con decoraciones de los 50’s, lámparas de techo de los 20’s, y una completa regresión al pasado si seguías indagando en la fornitura como lo hacía yo. Leo, o al menos finjo leer el supuesto letrero que decía en un rojo cereza “Empuje” pero mi vergüenza me hizo dudar cinco segundos, cinco segundos de mi existencia que se volvieron íntimos e infinitos si no fuera sido por mi amigo Loumont quien me sorprendió por la retaguardia con un abrazo y un castellano mal hablado. 

     - ¡HIJO DE PUTA!- Vocifero Loumont con ese acento francés incorregible, ese que solo pierde con las primeras palabras que aprendió de mí, esa palabras obscenas que gritas y enseñas por diversión.

     - Vamos hombres, olí esa barba llena de sopa a tres kilómetros.- Conteste sobando lentamente mi cuello. 

Empujando aquella puerta roja que contenía aquel letrero ilegible para mí. Nos dirigimos a la barra y pedimos un wiski para comenzar o terminar bien la tarde, aun no lo sabíamos. ¿Es algo extraño llegar a un café y pedir alcohol en vez de la bebida que todo el mundo espera que se pida en el establecimiento? Normalmente lo característico de nosotros era eso, actuar de forma contraría, algo inesperadamente esperado como decía Clair. 

Treinta pasos a la izquierda alejándonos de aquella puerta rojo con aquel letrero ilegible para mí, se encontraba Clair, Demian, Michelle, y Nataniel. Clair es algo baja, un poco “hípster” y muy divertida, Demian era el típico bohemio con pintas de leñador que conquistaba a todas las chicas, Michelle era la nerd del grupo, solo ella sabía cómo balancear la belleza interna con la externa a la perfección y Nataniel, mí no tan buen amigo Natan… Cerio como el acero, inexpresivo como el roble, tan sensible como una herida a carne viva. Nunca logramos compaginar bien y eso siempre me causó malestar en el alma. 

Deciden saludarme con las manos levantadas y un “Holo Julián” con ese payasesco, mal pronunciado y con acento tan tangible como como el granito, al cual yo conteste fuertemente con un “chúpenme las pelotas” que los hizo reír de inmediato. Tratamos de ponernos al día aun sabiendo que no nos entenderíamos muy bien pero la amistad supongo que traspaso la barrera de la comunicación verbal. Cuando no sabían algo cuchicheaban un par de segundos entre ellos en su lengua materna y trataban de explicarme entre todos a que se referían. 

     - Esta vez queremos llevarte al punto icónico de esta ¿Cómo se dice..?- Cuchicheo.- ¿Lo que sale del culo?- Pregunto Michelle luego de reír.

     - Mierda, Michelle, es mierda.- Sentía que mis pulmones explotarían de tanto reír y no poder parar. 

     - ¡Que ya lo sé, tío! Solo queríamos escuchar como lo dicen ustedes los Latinos. Lo dicen con propiedad y sentimiento. Amamos sus palabrotas.- Michelle aun reía. Le mal pronunciar y evitar ese acento tan tangible como el vidrio. 

     - ¿A la torre? ¿Es en serió?- Mis carcajadas ya habían desaparecido casi completamente al escuchar la afirmación positiva de Nataniel.

Tomamos en grupo el tren subterráneo luego aparcar el coche de Demian en su casa. Un hogar de 2 pisos, verde como una manzana que aún le falta por ser cosechada y vendida y tan acogedora como una abuela preparando el almuerzo para toda la familia. Partimos de la estación Lecourbe hasta llegar a Bir-Hakeim. Íbamos en los vagones siempre bulliciosos, siempre sonrientes. Ayudábamos a las personas que lo necesitaran en el momento y nos despedíamos con ese mismo tono burlón con el que me recibieron en el café rojo de la esquina. 

Olía a pescado no sabía que la Torre quedaba tan cerca del río la Siena. Cada paso quedábamos hacia afueras de la estación del metro subterráneo me hacía lograr pensar en porque detestaba ir a aquel lugar al que todos aman pero que yo la detesto por la misma absurda razón. 

     - Vamos, no quiero ir. Ya saben lo que pienso de esto. 

     - ¿Lo dices jugando, no?- Todos me miraban con ojos acusadores y con una sonrisa malévola.

     - Ya sé que lo hacen a propósito, por lo que la Torre me inspira.- Tragaba profundo y mi voz se tornaba más débil. Mis pasos perdieron fuerzas pero mis amigos me tiraban de la chaqueta y contrarrestaban mi melancolía. 

     - Vamos, algún día tienes que amar. Algún día tienes que entregarle tu ser a alguien sin miedo a que este pueda romperte desde donde duele, el corazón. 

Frente a la torre, siempre es frente a la torre. Amar, el romance, envejecer, las aventuras. Todo era y venía a la torre. 

Caminamos el sendero hacia el centro de aquel gigante de acero corrompido por el tiempo y protegido por el amor hecho oxido, Olía a crepas, tartas de huevo y mocaccino. Michelle quería subir en seguida, Demian y Clair querían primero unos perros calientes. Los únicos “amargados” éramos Nataniel y yo, pues al parecer nuestro único punto de congenio ha sido esta idea retorcida de la torre. 

Luego de unos perros calientes con cebolla, decidimos tomar el ascensor hacia el restorán de la maldita torre a tomarnos unos cafés con cremas y convencerme a mí y a Nataniel de que debemos cambiar de idea. Al llegar deciden sentarse en la esquina más oscura donde nadie podía escucharnos, donde la atmosfera era propicia para el razonamiento filosófico; a nuestros amigos, Platón, Aristóteles y Goethe les hubiera encantado. 

Sonaba un pequeño grupo de jazz que por alguna razón conocía de buena manera por uno de mis viajes. Aun con la cocina funcionando, los diversos aromas de perfumes, personas, pescado y agua la torre no perdía ese olor pesado a metal oxidado perdido y permanente en el tiempo y la eternidad. 

     - Vamos Julián, S'il vous plaît Nataniel… ¿Pueden dejar de actuar como si el amor no llegara nunca?- Nos acusó de sorpresa Clair. 

     - ¿Podrían solo darme tiempo y ya?- Conteste sin vacilar de manera instantánea.- Este tipo de cosas no son de esperarse, son de buscarlas y crearlas, no me siento en la necesidad aun ¿Si?

     - Laisser, Clair.- Se perdió en una oración que jamás olvidare la respuesta de Nataniel.- Je crois en l'amour, mais mon amour est au courant de mon existence.- Y aunque no entendí sabía que esa frase ocultaba melancolía.

Mire el brillo que por un momento reflejaban los ojos de Nataniel al pronunciar aquella frase y entendí que el amor es ciego y complicado. Era Clair; ella no notaba nada. Por eso Nataniel era tan melancólico dentro del grupo y más perspicaz cuando Clair no podía acompañarnos. 

Me incorporo bruscamente de la mesa en aquella esquina oscura y filosófica mientras se encendía un debate sobre la vida, el amor y política, no era de extrañarse cuando tus amigos son de la izquierda. No mutaron al verme levantar, entendían que iba por un cigarrillo o dos y volvería. Cruzo el portal y me encuentro con el vacío de la torre metálica oxidada. Reviso mi chaqueta y saco una cajetilla de cigarrillos Camel, saco del lado contrario de donde extraje aquellas varillas de cáncer, un zippo personalizado con la imagen de una rosa y del otro lado una fotografía de mi familia. Estaba en la primera parada dela ascenso hacía la sima de la aguja oxidada. En un balcón con una dudosa resistencia a unos 150 metros del suelo, con un cigarrillo en la mano izquierda y una mirada fija al rio aledaño. 

Escucho unos pasos, algo débiles debo decir. Detrás de mí se encontraba Michelle, dejando caer su cuerpo a mi lado y sobre el barandal de poca confiabilidad. Le extiendo la cajetilla en señal de ofrenda y acepta con una sonrisa a ojos cerrados y el cabello ondeando como bandera, se veía hermosa, más de lo común. Colada tras colada y sin articular palabra alguna veíamos el atardecer en el reflejo del agua sonriendo como un par de demente, pero ¿Cierto tipo de locura no es buena para el alma? Mirada al reflejo en el agua, vista fija en el movimiento de los transeúntes, rose de brazos, mirada fija en los ojos del otro.

     - Tú y Nataniel son idiotas.- Aspiro su cigarrillo y guardo un silencio penetrante. 

     - ¿De qué hablas?- Deforme mi rostro con una mueca similar a una sonrisa. 

     - Vous ne comprenez pas… idiot.- Volvió a mirar el rio y guardo un silencio lúgubre de nuevo.

     - No, no comprendo. 

     - Ya lo sabemos, tampoco Clair.- Mi alarma mental se ensendio tras escuchar aquellas palabras. No podía dejar de mirar ese cabello ondulado revoloteando en la atmosfera parisina, el olor a oxido, rio, dulces y un par de cafés. Era eso o sus malévolos ojos marrones tan expresivos y asesinos.

     - …

     - Tu…

     - No lo entiendas a mal, sé que no sientes lo mismo que vives en el extranjero y esto del “amor parisino no va contigo”.- Mi rostro se entumeció por su falta de expresividad.

     - Des… desde cuando.- Aun no lograba entender lo más mínimo; mi corazón iba a reventarme el tórax por tanta agitación que provenía de él. 

     - La primera vez que llégate…- Comprendí que era el idiota más grande de París o tal vez del mundo. 

Sus bellos ojos, repito, esos ojos gatunos y melancólicos, totalmente expresivos y llenos de calor, esa sonrisa pícara llena de valentía, humor y cinismo, su cabello castaño, ondulado al natural siempre libre dejando relucir esos destellos dorados que habían naturalmente en él. 

Nuestros ojos se fundieron en un túnel imprevisto de universo vacío que se había producido por el fulgor de la conmocionaste conversación. Nuestros seres, ahora celestiales, se encontraban en una danza de colisión cuales novas en galaxias remotas. Pulsos agitados; ya ella no necesito respuesta. Mi mano tras su nuca, sus labios carnosos presionando los míos y un suspiro como preludio ante el choque inminente de masas. 

     - Desde que cruce con tus ojos.- Tuve que quebrarme y admitirlo. La primera vez que vi su ser lo supe, supe que ella sería la indicada o el amor de mi vida; colocadle el nombre que quieran. Solo que trataba de olvidarla a toda costa haciéndome pensar que solo había sido el viaje, el país, la situación.- Soy un idiota.- Pero decir esto fue en vano, ella lo sabía y lo demostró con su particular sonrisa. 

     - Idiota, lo se.- Se los dije.- Solo bésame y no te vuelvas a ir.- Ella sabía que luego de ese beso haría al pie de la letra ese pedido. 







Treinta y uno de marzo del dos mí diez. De regreso a mi país luego de visitar por primera vez Holanda, Grecia, España y Paris. Creo que me he enamorado y en el país del amor. Odio la ironía de la situación. No puedo dejar de pensar en ella… Maldición. El próximo año tendré que ir y convivir con ella, descubrir lo que me atrae. Tengo más motivos por los cuales regresar a París; Ella.


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