Donde nací



Y si en alguna parte del mundo puedes sentir que eres parte de algo, es en tu propio corazón.


     Son las dos de la madrugada y aun me encuentre entre barro, arbustos, la luna y el aire frio de la mañana. Espero el amanecer mientras sigo el sendero de esta pequeña reserva natural que se encuentra a treinta minutos de mi casa. Terreno empinado, riachuelos, arbustos, matorrales, arboles; verdes alguno, otros tintados por el color de la madrugada. 

     Los riachuelos y pequeños estancamientos de agua se ven placidos; parecen congelados en el tiempo a buenas y primeras, pero si los miras más de cerca veras que aún tienen mucho movimiento por debajo de la superficie.  

     La vida me trajo aquí, o tal vez fue mis ganas de extraviarme un rato de todo lo que me aqueja. El estrés, el ruido, las emociones y en muchas ocasiones las personas. Diviso de nuevo el reloj y falta un cuarto de hora para las tres. Desde esta distancia y por encima de los arboles puedo observar el lugar de donde provengo. Un pueblo algo, no, muy pequeño, a decir verdad. Si fuera una red social el lugar donde vivo, todos nos tendríamos de “amigos” y tendríamos la misma cantidad de “seguidores”. Se ve tranquilo. Durmiente como una chica bonita.

     Siempre que contemplo esa ciudad a escala a estas horas me maravilla que todo desaparezca excepto yo. Solo brillas las calles, ruje uno que otro automóvil en la vía principal y juraría que ríen uno que otros labios; todos desde sus habitaciones. Enamorados o locos, y eso es lo bello. 

     Algunas personas aún están reunidas rendidas a los pies de la cerveza en pequeñas casas con techos de zinc, otras duermen y dejan sus tv´s encendidas en canales de mala muerte en casa de doble planta, el resto está teniendo miedo y frio mientras duerme en un conjunto residencial esplendido de casas de planchas de madera que siempre me recuerdan a casas de naipes; siempre frágiles, siempre a la expectativa de no ser lo que se le proyecta que debería ser. Un hogar real.

     El humo del cigarrillo quema mis pulmones un poco. Es parecido a la hora pico en el centro de esa locura bien llamada pueblo. Tal vez extraño esa manera de ir muriendo a diario entre el smog del día o quizás es la melancolía de extrañar a la gente de ese lugar que me hace querer experimentar a fondo el recuerdo. No lo sé. Sea lo que sea, me siento a gusto; vigilando lo invigilable. No hay leyes, solo hay cierto gusto a justicia al lejano oeste; ojo por ojo, diente por diente. Tal vez Clint Eastwood estaría orgulloso. La mayoría porta armamento, muchos otros no han resuelto nada a puños. 

     Se puede decir que es gracioso que no tenga miedo, ni preocupación viniendo de dónde vengo. No mal interpreten. Estoy siempre a la expectativa de que me pueda suceder algo malo en estos momentos. 

     La pequeña roca donde reposo esta fría, algo puntiaguda, pero tiene un perfecto lugar chato donde reposar mi trasero. Llevo jeans, botas de senderismo, camiseta blanca y abrigo gris. El estilo y yo jamás nos hemos dado la mano, no se hagas ideas erróneas. Un árbol tras de mi me sirve de espaldar, matorrales a mis lados son usados de cobijo y escondite. Cualquier otro lugareño, posiblemente mal intencionado piense que hubo una fogata en ese lugar; siempre suelto bocanadas gruesas de humo.

     Volviendo a lo más importante. Y no, no es mi soledad. Es decirles que, en ese pequeño y estrecho país en medio de una ciudad, estado y país aún más extenso, hay personas de clase y otras de otra clase; no quiero ser despectivo. Y no, mi argumento no se trata de nivel socio-económico sino más bien de la calidad de esos seres humanos. Que también a pesar de no ser el lugar más hermoso del planeta. Y vaya que ya se pueden hacer una imagen, y si todavía no: las calles llenas de basura de vez en cuando, cloacas desbordándose, alcantarillas sin protección, delincuencia desatada, partes pobres con buenas y malas personas y zonas de dinero con malas y no tan malas personas, apartados de dignificados por tragedias y pobreza hechos de los materiales que puedan adquirir, pequeñas empresas industriales, barrios marginales, conjuntos residenciales, muchos súper mercados en una sola vía, personas de diversos colores, vestimentas, tallas y mentalidades ¿Ya pudiste crear algo con eso?

     Bueno, en cierta distancia. Más de la que debería. Y a cierta hora. Todo cambia. Ya nada importa realmente y no nada existe, como diría Friedrich Nietzsche. Todo es hermoso e irreal. No hay más muerte, suciedad y sociedad. Todo es como la teoría del caos. 

     Ya sale el sol a mis espaldas, el aire empieza a calentar, solo me quedan dos cigarrillos; uno para bajar y otro para tomar luego de mi desayuno y un café. Ya es hora que ese pesebre nocturno despierte y empiecen a moverse sus engranajes. 

     Así veo al lugar donde nací. Así siento al lugar donde me crie. Si, tal vez no dije muchas cosas buenas, pero solo les di una leve imagen mental. Esta es la ambivalencia entre amor odio, paz y caos, vida y muerte. Este es un lugar que no está en el mapa, que no enamora y no invita a quedarse. Pero que amo y en el cual no me quiero quedar a morir. 



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