Recuerdos de un ayer ( Allí, donde mueren las musas )

Tras el gris laberinto abandonado, el cual se encuentra lleno de marcas amarillentas para guiar nuestras partidas e indicarnos el camino correcto. Paso tras paso contando zancadas graciosas y un poco apresuradas, abrigando mis manos en los bolsillos de mi suéter, divagando al mismo instante en todo nuestro tiempo imperfeto, quebradizo, suelo sacudir la colilla de un Malboro deseando que los recuerdos se reduzcan cuales cenizas joviales y agonizantes.
Mil cuatrocientos setenta y tres. Av. Jean Jaurès. Aun te recuerdo. Aquellos días simples y llenos de gracias bastaron para consagrarte en cada una de mis células. Te recuerdo llena de gracias, paz y tristeza metafórica; vacía y tan llena al mismo tiempo, incomprendida y amada en un solo instante, viva y agonizante cual colilla frágil pendiendo de mis labios y observada, siempre tan observada al momento de tocar aquel laberinto gris desagraciado.
Paro, mis labios arden pues la agonía de no decirte que te amé quema más que este Malboro consumido hasta el filtro. Tenías que ser artista mi querida. Tan llana y abstracta, como mis sonetos y canciones. Tan simple y tan vaga como mis poemas y escritos. Si tan solo fuera el día anterior al mes pasado. Si tan solo hubiera descubierto el plan malévolo del destino cruel y miserable para alejarnos.
Solo yo pude ver a través de tus ojos.
Mi corazón latió toda una vida por ti en apenas 15 segundos, aquellos que bastaron para que tu alma impudorosa, vibrante, magnífica y amorosa, huyeran de mis garras de lobo solitario al asecho de una caperuza roja.
Dos mil novecientos trece. Aun puedo mirarte. Puedo claramente discurrir en tu silueta esplendida de artista despreocupada, oculta en aquel vestido peculiar; verde lima, estampado de tulipanes. Tus hombros de bailarina cubiertos por aquel suéter tejido color marfil pulido.

Descuelgo aquella pesada capucha que espanta mis demonios directamente que aparecen frente a mí en aquel laberinto gris abandonado. Casi abandonado. Deseo tenerte a cada segundo, pues de mil versos banales llenos de tu perfume, llenos de tus miradas discretas, llenos de tus sonrisas apenadas, mortifican mi esencia al no comprender lo liosos de la mentalidad de un injurioso creador. ¿Por qué ese día? ¿Por qué no pudo ser antes? ¿Por qué no puedo tenerte ahora que comprendo que nuestro lazo iba más allá de lo vano, lo etéreo? Tal vez fui yo o mi amor quien propicio aquel acto fallido. Eras. Eres. Serás mi lazo hilo rojo en mi meñique.  


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