Pericias nocturnas II

  Pisos crujen, el aire zumba acompañado de aromas miles. Los sentidos han muerto ya para uno de los dos. Uno de los dos solo sobrevivirá a esta noche... muerto, pero feliz al final de ella.
   Solo 2 segundo me bastaron para continuar mi macabra y sutil tortura cotidiana una vez más; sabia que de algún modo u otro acabaría usando aquellos pañuelos de seda que me obsequiaste y con cuales decore nuestra mazmorra. Solo el pensarlo produjo curiosidad en tu interior... tu mente solo pensaba que seria exquisito. 
    Manos, ojos... boca. Por alguna extraña razón sudabas cual bazo de agua fría, nublada, sin rastro de expresión en tu rostro (pues claro estaba cubierto de pañuelos) cuya mujer con catatonia solo emitía sonidos abruptos. 

   Tus manos se tensaban cuando nuestras caderas chocaban una contra otra; tu, amándome en 120 grados sobre la cama, mientras yo en unos escasos 190 o 200 sobre tu ser intacto y faltante de pudor.
    Y pensarlo... estas caricias antiguas, producirían tanto placer a nuestras almas, sudor, dopamina y noradrenalina en nuestros cuerpos sin ropa.
   Me apoyo con una mano teniendo cuidado con tus cabellos sobre aquellas sabanas, levantas un poco la cabeza rogando por liberarte tu mordaza y dejar que aúlles a la luna; tus manos tras tus espaldas dolían un poco por aquella mala posición para dormir... si claro, dormir. Pero te importo un bledo, estabas extasiada con aquella tortura indecorosa que practique durante tanto tiempo en mis sueños más profundos. Mis dedos bordean tus senos, acarician tu pecho y se clavan cual zarpas al llegar a tu garganta, mis caderas bajaron de velocidad, subieron la intensidad y la firmeza del movimiento contra tu pelvis y vuestro sexo.

   Solo podía escuchar durante aquella noche que pronunciabas las vocales, 3 avemarías, 1 padre nuestro y rogabas a Lucifer que nuestro tiempo fuera eterno pues de aquella tortura no querías escapar jamas. 

   Éxtasis, luz de día y cuerpos desgastados... un sueño, pensaste. Me viste salir de la ducha y confirmaste no haber muerto de nuevo y mientras tus pulmones preparaban el aire necesario para un suspiro, miraste fijamente deseado que no fuera una alucinación diurna. 
   Retiro mi toalla de la cadera, seco un poco mi cabello y al son del despertador de mi habitación pregunto ¿Quieres algo de café o solo dejamos que se evapore?  


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