Normalidad

    Superlativamente a la complejidad del asunto en cuestión, Sharon bebía una taza de café como siempre lo hacía. Molía lo granos de café ya tostados, hervía el producto en cuestión, colaba aquella pequeña y espesa sopa marrón, servía en una taza de corazones, agregaba leche y cinco cucharadas de azúcar. Sus mañanas, aquellas que tenía libre puesto que no trabajaba días corridos, se desenmarañaban en pequeños deleites y gustos: Seleccionar un libro, el cual escogía meticulosamente según su estado de ánimo, pasear en bicicleta; solo si en sus huesos se acumulaba el terror del homo sapiens  sedentario, rasguear algunos acordes en aquella polvorienta pero hermosa guitarra electro acústica el cual variaba entre tres tonalidades de marrón, pensar en algunos temas de conversación para entretenerse con sus colegas.
    Sharon, alegremente pensaba demasiado. En su pequeña cabeza cubierta por rizos ondulados con una combinación de rojo y amarillo ceniza, evocaban pasados, llamaban futuros, y jugaba con el presente atiborrado de personas, paisajes y pensamientos incoherentes pero divertidos. Le gustaba recordar aquel antiguo vecindario en el que vivía, donde la mayoría de las casas seguían un patrón de azul y blanco, amarillo y mostaza; se veía a si misma de niña con sus amigos actuales creando algo de caos juvenil. Gritando, despeinando, sudando y siendo muy felices.
    Algunas tardes, cuando tocaba, decidía armarse de ánimos para salir de su casa y comprar provisiones. Discutía consigo misma sobre cuales verduras y frutas llevaría para aquellas semanas, que tipos de carne debería llevar; pescado, res o pollo. Decidía si debería llevar un sixpack de cervezas para futuros invitados o si era mejor algún té relajante para aminorar la ansiedad en la conversación. Toma especias de los anaqueles, revisaba algunos estantes en busca de alguna golosina que llamara su atención y escogía productos de higiene personal  rutinaria.
Dedicaba segundos de su noche para redactar pequeñas reseñas para una revista del centro. En ocasiones se dejaba llevar por alguna idea y siempre se encontraba con los tres mismo dilemas: muy largo (mucha inspiración), muy cortó (poco interés en el asunto) e inconformidad por su magnífico trabajo.
    Algunas noches, Sharon, no lograba conciliar el sueño. Pensaba en su familia, su niñez, adolescencia, trabajo y amores. Se consolaba frente al espejo, preguntando que pudo haber sido diferente, pero no se distraigan queridos amigos, ella no se arrepentía de cómo sucedieron las cosas, pues todo lo acontecido ya la había puesto en el lugar donde estaba. No sentía tristeza por aquella vez en la discoteca donde un extraño tropezó con ella y la pincho, dándose cuenta luego de algún tiempo que algo pasaba con ella; luego exámenes sanguíneos se lo confirmarían. SIDA, tenia de nombre aquel extraño pasajero que llevaba en su cuerpo. SIDA, era su nuevo amante, pues Raúl, su ex novio no comprendía lo que la aquejaba, y más aun luego de explicaciones, dudó, por ignorancia; mal interpreto la situación de Sharon y la abandono a su suerte rompiendo la promesa de compromiso que se habían jurado hace dos años atrás al comienzo de su relación.


    Sharon, comprendió muy bien que no podía hacer nada al respecto, es feliz aunque le queda año y medio de vida. Decidió como siempre lo ha hecho, llegar hasta el final con la frente y el corazón en alto. Comprendió que la mejor manera era inmutarse por su pasado y caminar, seguir y morir como lo harían los personajes de sus libros, los protagonistas de sus reseñas, pero sobre todo como uno  de sus cafés de las siete de la mañana. En paz con todo lo que lo complementaba. 


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