Dalia

    Hermosa cual flor, tal vez su nombre no fue suficiente, creía que su vida solo era dolor e incomprensión; así fue por decisión de la vida y obra terrenal.
   
 Sumergida, siempre a las 5pm en su bañera, se preparaba para aquellas noches de trabajo agobiante. Se decía todos los días que lo abandonaría y haría algo mejor, menos doloroso para el alma.
   
 Bar, comida, alcohol y luego una cama ajena sustentaban sus deseos y economía.
   
 Su madre, aunque presente, solo fue un fantasma el cual solo se dedicaba a atormentarla desde muy joven. Fue la menos de cinco hermanas, las cuales abandonaron el nido en su mejor oportunidad. Se consideraba una tonta por haber hecho lo contrario. Solo era joven e ingenua, no sabía lo que quería.
  
  Después de un asqueroso día de trabajo, tomaba un taxi a su hogar, abría la puerta delantera, tiraba los tacones a un lado; entre llantos y gemidos de agonía se quedaba dormida en cuestión de minutos. Frágil, sensible, desahuciada…
   
 Culpo siempre a sus padres, su carácter y su Dios en quien tanto creía. Su padre fue un mujeriego, vividor y alcohólico de poca monta, su carácter era fuerte pues solo quería vivir la vida y consideraba que ella, nadie más que ella, poseían la razón absoluta sobre todo. Solo un fallo de cálculos por una mala juventud.
  
  Los días pasaban y ella acudía al exceso de drogas para poder escapar a tanto dolor. No conocía otra vida; quería ser amada por todo los hombres.
   
    Un cuarto para las tres de la mañana; partió más temprano de lo inusual. Se veía una sonrisa en su rostro, aires juveniles de alegría y regocijo. Por vez primera se sentía bien con sigo misma. Se amaba aquella mañana. Se sentía reina de cuentos de hadas. Soñó aquel día. Ya hacía mucho tiempo que no lograba.
    
Limpio cada rincón de la casa, sacudía cada mota de polvo; prácticamente pulió cada centímetro.      
Movía sus caderas al son de la frecuencia radial algo distorsionada. Solo era feliz, había decidido desde aquel día que abandonaría aquella miserable vida.
  
  Tomo por primera vez la que ella considera su primera elección en su vida.
    Escribió cartas, las cuales perfumo y envió con mucho cuidado en la agencia de correo. Ella misma no se reconocía. Hace mucho tiempo no se comunicaba con sus hermanas.
    
    De regreso, en su casa, lleno la bañera con agua y algunas esencias aromáticas relajantes, atenuó las luces del cuarto de baño hasta quedar solo una pequeña claridad que invadía de quien sabe dónde. Acto seguido encendió algunas velas para entrar en ambiente. Se sentía deslumbrada y algo excitada.
    Decidió desvestir con tal lentitud su cuerpo que, le recordó a su primer amor, un joven sincero, algo tosco, caballeroso y tonto. Ella lo amo con locura, pero como ella misma refunfuñaba con aires de tristeza cada vez que la invadía sus recuerdo “Fui una tonta al dejarlo ir; solo le rompí su pobre corazón. Soy una maldita idiota”.
  
   Entro en aquella bañera, descansó su cuerpo y ahí, en plenitud, paz y armonía, que no sentía consigo misma ya mucho tiempo atrás, acabo en ipso facto con su vida. 

    Nunca había sido tan feliz. 


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