Adiós, es hora de que despierte

Oí una vez que las musas no son para tenerlas cautivas y poseerlas, son para dejarlas libres y sufrir por ellas viendo sus sonrisas angelicales. Nada más cierto que esto jamás pudo ser dicho, escrito o intuido.

De aquella pequeña creatura, y no quisiera mentirles, recuerdo todo en absoluto. Se convirtió en mi musa, mi doncella de cuentos, mi estrella a 873 años luz; inalcanzable y majestuosa como ninguna y como cualquier otra musa. Para mí alma, nunca habrá espacio en su corazón y tampoco espero que algún recuerdo vago de este servidor se aloje en su memoria.

El solo imaginarla siendo feliz me produce esperanzas, alegría. Me renueva el corazón frío y oscuro. El pensar que sufre solo desata ira, pero no llena de maldad, si no llena de protección. Me hace sentir un caballero el solo pensar que haría por ella para verla feliz e imperturbable.

La he visto reír tantas veces a lo lejos y tan cerca, solo pensando en sus labios para poder besarlos ¡PERO NO! ¡NO PODRÍA AMIGOS MIOS! Solo abriría otra fisura en su espíritu y destruiría como la bomba de Nagasaki una de sus preciosas sonrisas. ¿Estaré haciendo lo correcto al convertirme en solo una sombra pasajera en su vida?

“La belleza esta en los ojos de quien la mira”. Tanta realidad perdida, señores. Tanta ficción amarga. Desearía que por un segundo la vida fuera como alguna película de comedía romántica, de aquellas donde ambos protagonistas van y regresan aun conservando el amor que tenían mucho antes de partir. Pero tú, ya haces aquí en mi dormitorio, posada en mi lecho. Rígida y algo desaliñada. Como cualquier pensamiento, como cualquier alucinación constante.

Labios gruesos, cejas finas, piel  cincelada en mármol. Aun eres bella después de tantos años, mi musa. La edad cae sobre ti como roció matutino en las rosas del páramo invernal. Cabello salvaje; en ti no hay ni un gramo de maquillaje y eso te hace más hermosa.

Queridos amigos y amigas. No seguiré nombrando y pensando a mí musa, pues ya ella es inmortal. Siempre estará viva y feliz aun si no estuviera en mis pensamientos, y eso me llena de dicha. Por eso no me lamentare más, señores, por no tenerla, por no acariciar su rostro bello.


Dejare que vuele de mí, como lo hizo cualquier otra musa. Despertare y volveré a la realidad. 


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